viernes, 26 de noviembre de 2010

Nuestra personalidad

La subjetividad personal es el ámbito interior de la persona. Está constituido por el conjunto de las vivencias del sujeto personal. Estas vivencias se componen de una gran riqueza de contenidos psíquicos de diversa naturaleza: representaciones sensibles, emociones, sentimientos, afectos, pasiones... Además la mente humana concibe ideas e intuiciones sobre la realidad, elabora juicios, toma decisiones, realiza actos de voluntad como querer, amar, y muchas otras actividades. Todo eso forma parte de la subjetividad de cada individuo personal. Cada persona vive de alguna manera inmersa en su propia subjetividad.

De manera simplificada se puede decir que la intimidad se compone de afectos, ideas y voliciones. Afectividad, inteligencia y voluntad son las fuentes principales que nutren la intimidad humana. Cada hombre debe desarrollar estas capacidades fundamentales y debe establecer una correcta armonía entre las tres.

La madurez es fruto del equilibrio de las tres facultades señaladas. Cuando alguna de las tres se desintegra de las demás se cae en ciertas deformaciones del carácter como las siguientes:

Sentimentalismo: configura un carácter en el que la conducta humana depende primordialmente de la afectividad. Todo se valora y mide por el modo en que se siente y percibe la realidad según la afectividad. La persona subyugada primordialmente por la dinámica afectiva tiende a ser irascible, apasionada, voluble...
Los estados de ánimo y las apreciaciones superficiales de la realidad dominan la conducta. Tiende a ser superficial, cambiante, impredecible; incapaz de compromisos estables y convicciones firmes y duraderas.
Intelectualismo: es el modo de ser de la persona cultivada primordialmente en el mundo intelectual, dedicada excesivamente al estudio, la lectura... Se encuentra muy polarizada hacia las ideas, las teorías, el pensamiento y a consideraciones abstractas de la realidad. Por contrapartida desarrolla poco la dimensión afectiva en las relaciones con los demás y suele ser un tanto fría, distante, poco comunicativa, poco práctica en la resolución de los problemas cotidianos de la vida.

Voluntarismo: es la hipertrofia de la voluntad. El hombre voluntarista actúa movido sobre todo por un afán de libertad. Tiende a tomar decisiones propias y llevarlas a cabo sin atender apenas a los motivos, razones y sentido de la actuación. El voluntarismo mueve a decidir sin motivación objetiva, sin considerar suficientemente los condicionantes, y de una manera un tanto arbitraria: por una afirmación de pura libertad entendida como un valor absoluto.
El voluntarismo tiende al activismo: actuar, hacer, moverse... sin rumbo y sin sentido. El voluntarista es rígido, inflexible, poco razonable, dominante, impositivo... Carece de capacidad para hacerse cargo del modo en que influye y afecta su conducta a los demás. Desestima los sentimientos, las formas, la elegancia, la amabilidad... Busca ante todo la eficacia, los resultados, los efectos cuantitativos y pragmáticos. Suele adolecer de falta de visión estética de la vida.


Gonzalo Beneytez

1 comentario:

  1. En una reflexión que publicaré el siete de agosto en Yo soy creyente católico, pondré esta imagen y hago referencia a tu blog.

    Me parece interesante todo aquello que nos inquiete y nos empuje a buscar la verdad. Verdad que debe ser buscada para dar sentido a nuestra vida.

    Casualmente reflexiono sobre cómo actúan los sentimientos, emociones y afectos en el ser humano. No desde el punto de vista científico, más sobre nuestra conducta y estados de ánimo que nos llevan a desesperarnos y a enfermar.

    Un saludo.

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