domingo, 14 de febrero de 2010

La teología de la liberación está viva y goza de buena salud

Desde la caída del Muro de Berlín, han sido muchos los críticos que se precipitaron a declarar la muerte de la teología de la liberación. La mayoría lo hizo porque vio en ella apenas una apología del socialismo de caduco estilo soviético. Sin embargo, ese certificado de defunción parece haber sido emitido prematuramente.

Si bien es cierto que los teólogos de la liberación –algunos más que otros– utilizaron categorías marxistas para el análisis socioeconómico y la crítica de los males del capitalismo, el marxismo nunca fue el elemento central de la teología de la liberación.

Lo que está en su centro es más bien la empatía con los pobres y con su lucha por la justicia, inspirada por la vida y las enseñanzas de Jesús. Desde el principio, la teología de la liberación puso mayor énfasis en el papel esencial de la praxis comprometida del pueblo de Dios –o, en otras palabras, en la acción de las comunidades cristianas inspirada por la fe y basada en la reflexión teológica– que en el análisis social, que fue considerado como un instrumento metodológico.

El fundamento espiritual y la motivación de la teología de la liberación radican en el encuentro –que cambia la vida– con Cristo como liberador y con nuestro prójimo necesitado, cuyo sufrimiento no es únicamente fruto del destino, sino resultado de la opresión y las injusticias sistemáticas, que pueden superarse a través de la acción transformadora.

Si observamos la realidad actual, vemos que la pobreza en el mundo todavía no ha sido, en modo alguno, superada. Al contrario, con la reciente crisis financiera internacional, ocasionada por las fuerzas desenfrenadas de un capitalismo gobernado por la avaricia y los intereses privados y empresariales, el número de pobres –o mejor dicho de empobrecidos– en el mundo ha aumentado en cientos de millones.

La teología de la liberación surgió a finales de los años 1960 en América Latina. El terreno había sido preparado en los años cincuenta por movimientos comunitarios cristianos que aspiraban a reformas sociales, políticas y económicas, y ala participación activa de los laicos en las actividades pastorales de la iglesia.

Siendo América Latina un continente predominantemente católico, este nuevo enfoque teológico estaba muy relacionado con los acontecimientos teológicos y pastorales de la Iglesia Católica Romana, si bien desde el principio se trató de una iniciativaecuménica. El término mismo de “teología de la liberación” fue propuesto casi simultáneamente por el sacerdote católico romano Gustavo Gutiérrez, de Perú, y el teólogo presbiteriano Rubem Alves, de Brasil.

Por todo ello no resulta sorprendente que en los años setenta y ochenta, la teología de la liberación tuviera una fuerte influencia en el movimiento ecuménico, incluido el Consejo Mundial de Iglesias (CMI). La relevancia de las acciones que promovió a favor de las luchas por los derechos humanos en los países latinoamericanos bajo dictaduras militares, el desarrollo de métodos efectivos para superar el analfabetismo (como hizo Paulo Freire, pedagogo brasileño exiliado y asesor del CMI en materia de educación) y el combate contra el racismo, sobre todo en Sudáfrica, ha sido ampliamente reconocida.

En cuanto enfoque contextual destinado a reflexionar de manera crítica sobre la praxis del pueblo de Dios, la teología de la liberación nunca ha tenido como objetivo convertirse en una construcción teórica dogmática y estática. Su propósito no era destacar un tema teológico que había sido descuidado, sino más bien proponer una nueva manera de hacer teología. Como es natural, a lo largo de los años fue cambiando. Si al principio se centró en las condiciones de vida de los pobres, luego fue incorporando otras problemáticas, tales como los pueblos indígenas, el racismo, las desigualdades de género y la ecología.

En la actualidad, la teología de la liberación también se ocupa de la interpretación de las culturas y de cuestiones antropológicas, como por ejemplo de la tentación del poder. El empeño por conseguir una sociedad más justa en la que haya “sitio para todos” persiste, pero la forma de llegar a ella ha pasado a ser a través de la acción de la sociedad civil.

La influencia de la teología de la liberación va más allá del ámbito de las iglesias. Ya se ha mencionado su contribución para acabar con las dictaduras militares en América Latina y con el apartheid en Sudáfrica. Hoy ayuda a configurar los esfuerzos políticos latinoamericanos dirigidos al establecimiento de un modelo de democracia que supere la pobreza y las injusticias sociales. Varios presidentes latinoamericanos –Lula da Silva en Brasil, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua y Lugo en Paraguay– han tenido, de maneras diferentes, contacto con comunidades cristianas de base y teólogos de la liberación.

Pero, ante todo, la teología de la liberación sigue estando muy viva en los movimientos de la sociedad civil y en las comunidades cristianas de base.

(*) El pastor Dr. Walter Altmann es presidente de la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en el Brasil y moderador del comité central del Consejo Mundial de Iglesias.

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