lunes, 25 de enero de 2010

Una homilia desde otro punto de vista.

EL PROGRAMA MESIÁNICO

III Domingo del tiempo ordinario
C. Neh. 8, 1-4a.5-6.8-10; 1 Cor. 12, 12-30; Lc. 1, 1-4; 4, 14-21
Este domingo trae textos muy ricos que merecerían cada uno un comentario aparte. Como siempre haremos hincapié en el evangelio.

Pobreza y libertad

El texto lucano nos presenta hacia dónde apunta el ministerio de Jesús que comienza en Galilea (cf. v. 14). Como Esdras (cf. Neh 8,3), Jesús lee la Escritura, el texto de Isaías da el contenido del Reino que ha venido a proclamar. Las diferentes situaciones humanas enunciadas (pobreza, cautividad, ceguera, opresión) (cf. Lc 4,18) aparecen como expresiones de muerte. El anuncio de Jesús, ungido como el Mesías por la fuerza del Espíritu, la hará retroceder, introduciendo un principio de vida que debe llevar la historia a su plenitud. En este texto programático encontramos por consiguiente la disyuntiva muerte-vida, central en la revelación bíblica, frente a la cual se nos exige una opción radical.

Pero no se trata de situaciones que se hallan al mismo nivel. La afirmación clave es “anunciar a los pobres la Buena Nueva” (v. 18), ellos son los desprovistos de lo necesario para vivir. A los pobres se les comunica la liberación. Cautivos, ciegos, oprimidos son profundizaciones de la condición de pobreza. En todos esos casos estamos ante una proclamación de la libertad. Ese es también el sentido de la expresión “la vista a los ciegos”. Si nos referimos al texto original (en hebreo) de Isaías encontramos que allí se habla de “los condenados” a quienes al sacarlos de obscuras mazmorras se les “abren los ojos”. La traducción griega de ese texto -citada por Lucas- emplea, por eso, la imagen de “ciegos”, la falta de luz en la prisión les impide ver. De otro lado, cuando el texto de Isaías dice “a vendar los corazones rotos”, Lucas lo reemplaza -siguiendo otro texto de Isaías (58,8)- por “la libertad de los oprimidos”. La buena nueva que Jesús anuncia a los pobres tiene pues como eje la liberación.

Esto caracteriza, debe caracterizar, el anuncio del evangelio de parte de la Iglesia. Ella es un cuerpo en el que cada uno tiene ineludiblemente una función que cumplir (cf. 1 Cor 12,13-25).

La profecía permanece

Lucas subraya la perspectiva de su texto hablando de la proclamación del “año de gracia” (Lc 4,19). Año jubilar a celebrarse cada cincuenta años, en que “cada uno recobrará su propiedad” (Lev 25,13), porque en última instancia sólo Yahvé es propietario de la tierra. Rompiendo con toda injusta desigualdad, el año de gracia debía contribuir al establecimiento permanente de la fraternidad entre los miembros del pueblo judío y finalmente de la comunión con Dios.

El reinado de Dios, reino de vida, es el sentido último de la historia humana, pero su presencia se inicia desde ahora a partir de la atención de Jesús por los olvidados de la historia. De ello da testimonio el texto de Lucas, la Escritura “se ha cumplido hoy” (v. 21). Es el momento de la liberación integral en Cristo, en la persona de Jesús el Reino se hace presente. Toca a sus continuadores, a nosotros, observar a cabalidad nuestro papel como profetas, maestros, autoridades (cf. 1 Cor 12,27-30). La situación de pobreza de nuestro pueblo sigue requiriendo que la profecía de Isaías y Lucas se cumpla.

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